Samantha Hudson: “Cada pueblo debe tener su propia travesti”

Hablamos con Samantha Hudson, la artista, cantante y travestida que se ha convertido en un icono generacional vistiendo como una pepera

Alba Riera

Alba Riera

Periodista cultural

Conocí a Samantha hace años cuando un amigo me habló de ella. Supongo que así es como conocemos a las personas con las que estamos destinadas a llevarnos bien. Alguien te habla de ella y, de todos los miles de nombres, apellidos y sobrenombres digitales con los que te cruzas cada día, te acuerdas del suyo. Para mí fue una verdadera revelación, y como suele ocurrirme con estas, me obsesioné. Quería saberlo todo sobre ella y se la recomendaba a todo el mundo. La sacaba en todas las conversaciones. Este efecto embriagador es como el que ocurre cuando haces una nueva amistad o cuando descubres a la última autora de moda en Twitter. De golpe, no sabemos hablar de otra cosa. Sin embargo, lo que más me llama la atención de Samantha es que ella es esta persona desde hace ya seis años. Nunca había conocido a nadie que, durante un intervalo de tiempo tan largo, continuase siendo el descubrimiento de alguien. A pesar de todo, así es; siempre va de boca en boca.

Samantha Hudson
Samantha Hudson en las calles de Madrid

He quedado con ella en una cafetería de Madrid y, mientras pedimos, se mira en el espejo hasta tres veces (las cuento porque a mi me resultaría muy difícil mirarme en el espejo tres veces seguidas). Estoy un poco incómoda porque en Madrid los bares ya están abiertos y ya he perdido la costumbre de ir a uno. No obstante, me relaja su lucidez, que abarca todo el lugar. Actualmente, Samantha presenta con Jordi Cruz el podcast de Netflix ¿Sigues ahí?, acaba de publicar su última canción Dulce y Bautizada, producida por Putochinomaricón, y ejerce de travestida.

Le quiero preguntar tantas cosas que empiezo por el principio, cuando oí hablar de ella por primera vez. En el 2015, en Mallorca, Samantha Hudson saltó a los medios de comunicación y escandalizó a miles de personas, a la iglesia y a los sectores más conservadores con un trabajo de la escuela. Se trataba del videoclip Yo Soy Maricón que cuestionaba la incompatibilidad de ser gay y cristiano.

Samantha, echando la vista atrás, ¿qué recuerdas de todo aquello?

Yo vivo mi vida como si fuese una película. Lo hago todo por la anécdota, para que cuando me haga vieja y eche la vista atrás poder decir “mira qué vida que has vivido”. Pero esa vez fue de manera totalmente accidental. Simplemente hice un trabajo para clase que acabó por trascender más allá de las cuatro paredes de mi instituto. Pensaba que la canción sonaría por los pasillos unos días y que después todo transcurriría con normalidad: acabaría mis estudios e iría a la universidad. Pero de golpe se hizo viral y me dije: “¿por qué no?”.

De los rumores en los pasillos, donde siempre empieza todo, a la ira de los sectores más conservadores.

Esta gente puso el grito en el cielo porque pensaban que así me callarían, pero lograron el efecto contrario. Salí en todos los medios, periódicos, revistas y me entraron ganas de decir cosas. Su opinión no me interesaba lo más mínimo, los medios de comunicación de la ultraderecha ya pueden decir lo que quieran, pero pensé que, si les había molestado, significaba que estaba haciendo algo bien.

¿Fue entonces cuando fuiste consciente de lo que iba a implicar para ti el haber escrito esa canción?

El Yo Soy Maricón, aunque fuese de manera accidental, tenía vocación activista. Decidí hacer el bachillerato de artes escénicas y poco a poco me metí en el mundo LGTBQ+ de forma orgánica, puesto que la escuela era pública y facilitaba este tipo de charlas. Estaba encantada con todas las cuestiones sociales que se me planteaban. Supongo que debía plasmar todos esos conocimientos de alguna manera y por eso hice la canción, sin pensar que se convertiría en un icono o en un referente, aunque siempre he pensado que puedo ser como Madonna, que soy una superstar.

Yo hago, y después que la gente se rompa la cabeza

¿Qué significa para ti ser una superestrella?

Me refiero a que puedo serlo, tenga éxito o no. Por ejemplo, cuando tenía mil seguidores, ya me parecía una cifra válida, suficiente. Siempre le he puesto mucho ímpetu a las cosas. Ahora mismo, las consecuencias que recibo son más evidentes y tangibles: cuando hago una canción me salen ofertas de trabajo, pero me sigo viendo igual de estupenda que antes. No ha cambiado nada.

Cada vez estás más presente y la gente te escucha más. ¿Recibir apoyo en las redes te ha dado más tranquilidad a la hora de hacer públicas tus opiniones?

Actualmente tengo tan interiorizado este discurso que no me hace falta verbalizarlo. Ahora soy menos literal. Soy yo misma, visto como quiero y con lo que me sienta cómoda, y creo que eso ya es una declaración. No sé muy bien el significado que tiene, pero que lo encuentren los demás. Yo hago, y después que la gente se rompa la cabeza.

¿No te abruma tu éxito inminente y todo el que te pueda venir?

No, porque creo que no he hecho ningún esfuerzo sobrehumano para conseguirlo. No soy de esas personas que se pasan toda la vida luchando por un objetivo concreto. Creo que las cosas me han llegado porque en las redes sociales soy yo misma. No tengo otra cosa que ofrecer más que mi discurso, mis ideas y lo que pienso.

Te he oído decir que tu absurdidad es premeditada.

Iba preparada al instituto para que se rieran de mí. Cada día me preparaba para cualquier cosa que pudiese ocurrir. En casa, practicaba diálogos y conversaciones delante del espejo. Me imaginaba a cualquier gamberro insultándome, generaba situaciones hipotéticas en mi cabeza y pensaba la mejor respuesta. A base de practicar, desarrollé el sentido del humor. Vivo mi vida pensando, siempre, en cuál sería la mejor respuesta.

Entonces, el humor es el escudo que te protege de un rechazo social y sistemático.

Sí, todas buscamos tener el control de las situaciones. Cuando alguien te insulta, te saca de tu zona de confort o te encuentras en un entorno hostil, el humor puede ofrecerte cierto control. Desde el sarcasmo, soy yo quien tiene la última palabra, aunque las cosas me afecten.

Desde el sarcasmo, soy yo quien tiene la última palabra, aunque las cosas me afecten

En Twitter, has reivindicado más de una vez que te da mucha rabia tener que demostrar que eres lista para que la gente te tome en serio. ¿A qué lo atribuyes?

Esto pasa, sobre todo, cuando tienes una expresión de género hiperfeminizada, con mucha pluma. Creas un personaje que llama la atención y la plumofobia hace que solo seas percibida como un mero entretenimiento. Somos un entretenimiento barato, celebridades de clase baja.

Como si estuvieseis destinadas a la cultura de la evasión, con todos los estigmas que eso conlleva.

Sí. Somos mamarrachas que hacemos reír y creo que este punto de vista está equivocado. Si alguien es capaz de hacerte reír, solo por eso, ya deberías respetarla. Hacer reír no es fácil, hay que tener una inteligencia diferente. Me da mucha rabia que la gente me diga: “Samantha, te conocía porque tus bromas me hacían gracia, pero te empecé a seguir porque tienes un buen discurso”. Parece que tenga que demostrar constantemente mi mundo interior para que los demás me respeten.

Entonces, tu figura ha sido repudiada durante muchos años de tu vida. Y tú, ¿qué es lo que más detestas y repudias?

La pretensión. No hay cosa que odie más que la pretensión.

¿Has encontrado una forma sana de convivir con estas frustraciones?

No sé si es sana, pero al menos no es problemática. Ahora mismo estoy encantada porque me sigue gente de todas las clases, gente del PP y de Vox, y eso es algo increíble. Seguro que todos esos “peperos” quieren pasar una noche conmigo. Antes me seguían muchas TERF y he de decir que eso ya no me hacía tanta gracia.

No obstante, hay muchas personas que crean contenido digital, y también hay muchas que lo hacen de manera gratuita. Lo que me parece realmente difícil es que hayas sabido capitalizar tu discurso de izquierdas y que se haya convertido en tu trabajo. ¿Cuál es el secreto?            

El secreto es no pensar que estás equivocada. Estoy tan convencida de las cosas que digo, que no me planteo que pueda perder oportunidades por este motivo. Por ejemplo, mi postura ante la prostitución es la abolición de esta, y sé que es un tema que genera muchas dudas y que no se sabe del todo quién tiene la razón, pero a pesar de ser un tema comprometido, hablo de ello. Son mis redes sociales y digo lo que pienso, y creo que lo que a la gente le gusta es que hablo claro.

Ya no soy una adolescente enfadada, ya no verbalizo tanto mi discurso, ahora actúo, interpreto

¿Sueles buscar tu nombre en Google y en Twitter?

Siempre. Sé que no lo hago lo mejor posible, pero sí lo mejor que sé.

¿Qué tan liberador es para Samantha Hudson provocar a alguien de derechas?

Hoy en día, al ser mediática ya consigo decir todo lo que quiero. Lo hago de manera sigilosa. Por ejemplo, si voy a una entrevista de la televisión nacional, me pongo algo de rejilla, enseño los pechos, llevo unos pendientes llamativos y mi vestimenta ya habla por sí sola. Hago frente e incomodo a las personas que no están de acuerdo. Ya no soy una adolescente enfadada, ya no verbalizo tanto mi discurso, ahora actúo, interpreto.

¿Es un privilegio que sea suficiente con ser explícita? ¿Podemos aspirar a no dar explicaciones?

Sí. Puedo pagar un alquiler y, ahora mismo, eso ya es mucho. Puedo estar muy contenta. Se me ha roto el perchero por todos los abrigos que tengo colgados, esa es mi única queja. Mis experiencias tienen que ver con la comunidad LGTBQ+ y con mi identidad de género, la gente me sigue porque hago lo que quiero, y debemos poder hacer lo que queramos, siempre y cuando no interfiramos en la libertad de los demás. ¿Por qué no puedo vestirme como una señora “pepera”? ¿Por qué no puedo ponerme unas botas, una minifalda y un abrigo de plumas? La gente se pregunta siempre el por qué, yo me pregunto por qué no.

Sí. Lo que pasa es que a muchas nos da miedo vestir así, de manera hiperfeminizada. Puede ser peligroso o incluso nos puede privar de toda credibilidad, y eso es una lástima…

Sí, desde luego, debes estar en un entorno muy seguro. Soy consciente de ello, pero aprovecho que ahora vivo en el centro de Madrid, donde no hay tanto peligro, para hacerlo ahora.

Tienes un discurso anticapitalista, pero cada vez estás más metida en el mercado. Moralmente hablando, ¿cómo lo gestionas?

Me crea conflicto. A veces me envían ropa de marca y pienso: después de hacer un discurso anticapitalista, ¿tengo que subir esto a las redes? Pero las chicas que me contactan, la gente que trabaja de ello, son personas muy agradables, que hablan conmigo y que se interesan por mi trabajo. Cuando me regalan ropa siento que estoy expropiando de una forma u otra. Tú me das cosas gratis, ¡y yo las reparto entre mis amigas! Tener un discurso completamente consecuente es casi imposible, y cualquier consumo dentro de nuestro sistema capitalista no es ético, porque los circuitos y las dinámicas no lo son. Quiero creer que al menos soy una persona que está presente en los medios que habla sobre la lucha de clases, la precariedad y la gentrificación.

Es verdad que, tal vez, a la hora de juzgar a quien recibe cosas gratis se tiene poco en cuenta la necesidad económica de cada uno.

Esta es otra. Si no lo hago yo, lo hará otra persona, y a mi el dinero me viene bien.

También te defines así: “de clase obrera no, obrera con clase”. ¿Por qué da tanta rabia que una obrera pueda ir bien vestida?

Si no vistes de Quechua, automáticamente eres rica y burguesa. La ropa que llevo vale dos euros, es de segunda mano y seguramente tenga más conciencia que mucha gente. El hombre que salió hace unas semanas en el programa Gen Playz y dijo que la importancia recae en la reivindicación de clases y que lo demás es anecdótico, no se da cuenta de que, precisamente, la lucha de clases toca todas las luchas. ¿Si llevo unos pendientes bonitos y un abrigo de piel soy menos de izquierdas que tú? ¡Menuda misoginia! Parece que si una chica se pinta los labios y no va rapada ya no tiene cabida en una asamblea.

Qué hay de malo en ser como las otras, ¿verdad?

El “yo no soy como las demás” es muy destructivo. No tengo que demostrar que soy inteligente y que tengo un discurso. Independientemente de mi estética, tú me tienes que respetar. Tener un discurso de izquierdas en un entorno de izquierdas es muy fácil. Lo difícil es conectar con la gente de fuera y este es el mayor problema.

Precisamente en Núvol, hace unos meses, la periodista Clàudia Rius discutía con la actriz y escritora Juana Dolores sobre el eterno debate de la tensión que hay entre belleza e ideología.

En escoger está la virtud, y yo aspiro a ser tan virtuosa como me sea posible. Comunista, pero con un toque femenino.

¿Qué opinas que se haya considerado este año a Bad Bunny como un referente feminista y queer?

Si solo te gusta el queer cuando lo puedes sexualizar, eso no es activismo ni es nada. Que Bad Bunny se pinte las uñas no es queer, significa otra cosa. Un maricón de barrio sí que está luchando si se pinta las uñas para salir a la calle. Pero es cierto que un cantante a quien todas las personas heterosexuales admiran está rompiendo barreras a las que no podemos llegar, porque tiene acceso a un público que a nosotras no nos quiere escuchar.

La cultura catalana de antaño me ha influenciado mucho más que la actual, sobre todo la de los años treinta, con los movimientos de travestismo clandestino

En cuanto a ambientes queer y travestis catalanes, después de Mallorca te fuiste a vivir a Barcelona, pero al final decidiste mudarte a Madrid. ¿Por qué?

No había muchos ambientes. Las salas de fiesta eran masculinas, y el boom del travestismo estaba decayendo. Aun así, no creo que la culpa sea de la presencia queer catalana o barcelonesa, sino de las oportunidades laborales que ofrecen los mismos clubs o discotecas. No existe una bolsa de trabajo para las travestidas.

Siempre haces referencia a elementos y personajes de la cultura pop, en general. ¿Cuál es la representación que tenéis en los medios audiovisuales?

Creo que nunca ha habido una buena representación, y menos en catalán. Sí que puedo hablarte de referentes propios, como Manuela Trasobares, que es de aquí, o de Rosita Amores, que es valenciana. La cultura catalana de antaño me ha influenciado mucho más que la actual, sobre todo la de los años treinta, con los movimientos de travestismo clandestino, con la cultura de “El Molino”, con las vedettes y todo eso.

Así que ahora mismo no te interesa.

Creo que los referentes se encuentran fuera y gracias a las redes sociales se ha creado un vínculo que nos permite evolucionar y encontrar ejemplos lejos de nuestro propio centro. Por desgracia, en las provincias y en los pueblos y las ciudades pequeños no hay muchos.

Entonces, ¿cuál es el secreto para consolidar un mercado aquí?

La solución es que haya ambientes locales. Es muy importante que se cree un panorama propio y que no se concentre todo en las capitales. Basta ya de comercio libre y de globalización. En Asturias, por ejemplo, está Rodrigo Cuevas que hace música con folclore de su tierra y con sonidos electrónicos. Cada pueblo debe tener su propia travesti. Esto es necesario. Hay gente que no puede permitirse el lujo de hacer un éxodo a las grandes ciudades. Hay gais, lesbianas y travestis en pueblos pequeños, quienes también necesitan referentes locales y que deben poder ir a ver espectáculos o identificarse con los discursos de sus vecinos.

Aprovecho para recomendarte Bunyol.TV, que nació durante la pandemia con esa intención. Es una televisión digital descentralizada para lesbianas y bisexuales.

¡Ah! Genial, ¡no la conocía! El lado bueno de la pandemia es que ha puesto en el punto de mira el contenido digital y eso es una gran oportunidad para crear este tipo de contenido.

Por cierto, ¿te han gustado todas estas series que se han estrenado últimamente en las plataformas digitales con la intención de dar visibilidad al colectivo LGTBQ+, como “Pose”, “It’s A Sin” o “La Veneno”?

Naturalmente, dan una visión romántica del movimiento, pero creo que hay que hacer películas positivas. No puede ser que todas nuestras historias sean tristes, dramáticas y que no tengan glamur. No puede ser que todos los personajes estén destinados a morir.

¿Qué opinas sobre que se te considera a ti como una referente? Me hace gracia que te llamen icono generacional, porque supongo que serlo hoy en día implica tener la nevera vacía, que se te mueran las plantas, estar enfadada, no tener tiempo y estar angustiada… Cuando te planteaste una carrera artística, ¿te daba miedo la precariedad?

¡Totalmente! Y ahora, encima, ¡tenemos que pasar una pandemia! Me daba miedo, sí. La gente se piensa que soy rica solo por los vestidos que llevo, pero trabajar en la industria cultural no tiene porqué traducirse en ganar dinero. No obstante, creo que me está yendo mejor de manera progresiva y confío en mi propuesta.

Samantha, me gustaría hacerte una última pregunta. ¿Cómo vives el amor?            

Estamos muy condicionadas por los cánones misóginos. El deseo está mal gestionado y está extremadamente obstaculizado por un estereotipo hipermasculinizado. Mi expresión de género es la de una chica, no es pluma, y al verme hiperfeminizada no se genera deseo hacia mí. Todo esto no es ningún reproche. No he de aspirar a que la gente me desee ni he de reivindicar que no le gusto a ciertas personas. No quiero convertirme en un objeto sexual. Estoy bien sola, y me acabo de comprar un estimulador de próstata como una buena señora.

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