El reguetón y la conciencia de clase

'El problema no es que el reguetón hable de sexo', cuenta la experta Sarah Ardite

Clàudia Rius i Llorens

Clàudia Rius i Llorens

Periodisme i cultura. Cap de redacció de Núvol (2017 - 2021). Actual cap de comunicació del Departament de Cultura de la Generalitat de Catalunya.

Despacito es un éxito internacional indiscutible, una canción que suena en discotecas y auriculares de todo el mundo. Pese a la manera en la que ha triunfado, la pieza solo es la punta del iceberg de una industria musical, la del reguetón, que está alcanzando cifras históricas. Pero, ¿qué hay detrás de esta música? Hacemos un análisis social del fenómeno.

 

El martes 21 de noviembre el Centro Cultural Albareda de Poble-sec organizó la charla Reguetón como estrategia de distracción. Participaron una veintena de personas, gran parte de las cuales eran jóvenes, la mayoría de raíces latinoamericanas, y tanto hombres como mujeres. Antes de nada es necesario felicitar al centro por conseguir movilizar a un público del que normalmente no se llama la atención; se debe felicitar a Sarah Ardite, selectora musical y ponente que desgranó los efectos del reguetón en la sociedad desde una perspectiva seria, argumentativa y nada conformista. Atención a las conclusiones.

Los inicios del reguetón

El ritmo del reguetón se basa en una serie de beats, una mezcla de dancehall reggae en la base, junto con rap y otros sonidos caribeños aumentados de ritmo. La primera vez que este sonido se hizo popular fue gracias a la canción homófoba jamaicana de Shabba Ranks llamada Dem Bow (1989). En aquel momento, este género musical aún no recibía el nombre que hoy en día le damos: de hecho, el ritmo en cuestión pasó de Jamaica a Panamá, donde se le llamó «reggae en español» y donde el cantante panameño el General fusiló Dem Bow para crear un tema casi idéntico en castellano: Son Bow (1990). De allí llegó a Puerto Rico (Estados Unidos), donde pasó a llamarse «reguetón». Las productoras consideraron la posibilidad de seguir llamándolo «música negra», tal y como se la conocía en algunos lugares, pero lo descartaron porque de cara al marqueting era mejor hablar de «música latina».

Puerto Rico fue el lugar en el que se impulsó y comercializó el género. En su capital, San Juan, trataron de censurarlo en los años 90. «Como se prohibió por obsceno y por todo un conjunto de razones que tienen que ver con la moral cristiana, se creó el efecto contrario: el reguetón “prohibido” se extendió como la pólvora por toda América Latina, el Caribe y EUA», explica Sarah Ardite, que se dedica a investigar, analizar y reflexionar sobre música y sociedad.

Una de las características del negocio del reguetón es que la mayoría de sus esfuerzos están destinados a la promoción. De hecho, su difusión se multiplicó cuando a finales de los 90 se creó un triángulo de tres ciudades potentes que lo producían: San Juan de Puerto Rico, Nueva York y Miami. Y de aquí, al mundo. Hoy en día hay una nueva oleada de este estilo musical: están surgiendo grupos que buscan continuar con el ritmo, pero cambiar las letras y hacerlas menos denigrantes. Sin embargo, el volumen de producción de estas nuevas propuestas es poco significativo en comparación con los números exagerados del reguetón comercial: solo en Spotify, Shakira tiene 24 millones de seguidores mensuales, y el álbum Barrio fino de Daddy Yankee fue el más vendido de la década de los 2000, según la revista Billboard. Con respecto al reguetón cotidiano, reivindicativo, feminista, lésbico o sencillamente no ofensivo, Ardite cree que en total se pueden incluir un disco de René Pérez, de Calle 13, y unos cincuenta temas «no insultantes» de músicos como Chocolate Remix, Tremenda Jauría, Gente de Zona, Krudas Cubensi o Ms Nina.

La invasión del reguetón: los números

En solo 30 años, la música comercial ha pasado de albergar a Michael Jackson, Madonna o Nirvana a tener como máximo exponente al reguetón, que ha desbancado a todos los otros géneros musicales. «La música comercial de índole popular ha sido completamente secuestrada por la industria», afirma S. Ardite. «Ha habido una invasión de este producto comercial llamado reguetón, que la industria ha convertido en un fenómeno global de números y beneficios a fuerza de hacerlo pasar por todos los canales comerciales existentes». Esto ha sido posible con el apoyo de los medios de comunicación, los continuos reconocimientos de los gobiernos, los grandes premios internacionales, y, sobre todo, gracias a las plataformas de internet, que ya son el mayor canal de difusión y consumo de música.

Hoy en día, el reguetón es el fenómeno musical con los números más altos nunca vistos; cuenta con una de las canciones más escuchadas de la historia (Hips don’t lie, de Shakira) y actualmente es el género más escuchado en todas las plataformas de streaming mundiales. De hecho, Spotify, una de estas plataformas, atribuye gran parte de su crecimiento al reguetón: entre 2014 y 2017, el número de escuchas que recibió este género creció ni más ni menos que en un 119 %, según la misma empresa informa, llegando a los 140 millones de subscriptores actuales. Su lista de reproducción Baila Reggaeton es la tercera más popular a nivel mundial y cuenta con más de cinco millones de suscriptores.

Este incremento lo marca sobre todo una canción: Despacito, de Luis Fonsi y Daddy Yankee, que pese a que se lanzó en enero de 2017, ya es la más escuchada de la historia de los servicios de streaming. En julio, el tema en formato original y su remix, interpretado por Justin Bieber, contaba con más de 4.600 millones de reproducciones. Atención, porque este es el hit español con más éxito después de La Macarena (Los del río, 1996). Los números hablan por sí solos, pero Ardite lamenta que las letras no transmitan ningún mensaje constructivo: «Con la difusión e impacto que tiene, si el ritmo hubiera sido acompañado de letras que levantaran conciencias, teniendo en cuenta al público al que se dirige, se habría podido crear una rebelión desde la base. O podría haber sido utilizado para difundir conocimiento y empoderarnos, como ya hizo el jazz. Y es precisamente eso lo que se quiere evitar».

Difusión Top-down: de la industria a las clases bajas

Son muchas las músicas que han acompañado luchas sociales o políticas, como el rap o el mismo reggae, que trata el rastafarismo, el neocolonialismo en África, la legalidad del cannabis, la identidad negra o las injusticias cometidas por el imperialismo y por el capitalismo. Esto no pasa con el reguetón, que no es resultado de ningún movimiento joven de masas. «Desde el principio, este género es una inversión de la industria del espectáculo, por eso no podemos decir que tenga un origen popular, como el vallenato o la cumbia», dice Ardite. «No tiene ningún objeto narrativo, ni social, ni identitario. ¿Cómo es posible, teniendo en cuenta los contextos sociales de los que surge el reguetón? Se está utilizando la música, que es uno de los conectores de personas más potentes, para degradarnos».

Según la experta, uno de los puntos clave del reguetón es que se ha convertido en un modelo de vida aspiracional. La industria musical ha creado un concepto vital, con el que ha inundado el mercado, y ha generado un prototipo de hombre de éxito, el macho barrio-céntrico: «Un semental sin posibilidad de educarse rodeado de mujeres que le desean porque tiene dinero, al que se le permite escribir canciones que dicen “no es culpa mía si me porto mal”. Este se ha convertido es un modelo de éxito por las personas que quieren salir de la pobreza material. No tienen nada que perder, ni muchas más opciones. Y menos aún si son mujeres».

De hecho, una de las reflexiones más interesantes de Sara Ardite es la afirmación de que «este es un género que ayuda a mantener el statu quo: el reguetón no solo es tóxico, también nos despista. Distorsiona la realidad. Mientras nos pasamos el día pensando el perrear, no nos lo pasamos pensando en qué nos hace falta para poder salir de donde estamos atrapados». No genera necesidades educativas superiores, sino que contribuye a perpetuar condiciones desazonadoras. No exige mejoras en el sistema, sino que rebaja los modelos de referencia: «Cuantas menos aspiraciones tengamos, menos inversiones en escuelas y en libros por parte de los gobiernos», cree Ardite, que asegura que no interesa que el reguetón transmita mensajes sustanciales, y lanza una pregunta al aire: «¿Es este fenómeno comercial en forma de música una herramienta para manipular y controlar a las personas excluidas debido a las agresiones económicas del sistema? Excluidas por no educadas, por materialmente pobres, por mestizas y, la mitad de ellas, por ser mujeres».

Olvidar el ritmo y escuchar las letras: creación de estereotipos y perpetuación de roles

No se trata de si el reguetón es música de calidad o no. No es cuestión de ritmo, sino de mensaje. Solo hace falta leer las letras. Pongamos algunos ejemplos. Dice Daddy Yankee en la canción En la cama (2001): «A ella le gusta que le den duro y se la coman. Y es que yo quiero la combi completa. ¡Qué! Chocha, culo y teta». Por su parte, Jiggy Drama canta esto en Contra la Pared (2010): «Si sigues en esta actitud voy a violarte, hey, que comienzo contigo y te acuso de violar la ley, así que no te pongas alsadita, yo sé que a ti te gusta porque estás sudadita». Dos últimas muestras. Esto es lo que dice Agárrala (2004), de Trébol Clan: «Agárrala, pégala, azótala, pégala. Sácala a bailar que va a por toas. Pégala, azótala, agárrala, que ella va a toas. Agárrala, pégala, azótala». El tema Cuatro Babys (2016) de Maluma, que lleva más de 800 millones de visualizaciones en Youtube, proclama: «A todas yo quiero darles, ya no sé ni con cuál quedarme, y es que todas maman bien, todas me lo hacen bien, todas quieren chingarme encima de billetes de cien».

La mayoría de canciones de reguetón se mueven entre dos ámbitos, según Ardite: canciones romántico-estúpidas y canciones violentas. Estos dos polos son mínimos y muy pobres, pero como hemos explicado anteriormente, el género no cuenta con otras temáticas. Que las letras son machistas está exento de duda. «Que el reguetón tenga estos números significa que denigrar a las mujeres no es percibido como delito por ninguna de las partes implicadas en este negocio», destaca Ardite. «La gran mayoría de las canciones son misóginas, sexistas, denigran a las mujeres, incitan a la violencia contra ellas, incitan a violarlas y hacen apología del crimen».

«El problema no es que el reguetón hable de sexo: esto que cantan no tiene nada que ver con el sexo. Y el sexo no tiene nada que ver con la decencia ni la moral. No dejemos que falsas polémicas hagan cortinas de humo», dice Ardite. «El problema es transmitir una idea tóxica de las relaciones sexuales, crear estereotipos nocivos y perpetuar y amplificar tanto los roles de género y la violencia machista, como la cultura de la violencia verbal y física como una forma aceptada de estar en el mundo».

Según la ponente, algunas de las canciones atentan contra la dignidad humana y esto se hace patente cuando escuchamos, cantamos o bailamos reguetón sin que nos afecte: «Cuando te quieres a ti mismo no haces daño a los demás y tratas a los demás como a iguales. Esta idea desarrollada por Angela Davis durante la lucha por los derechos civiles de los negros en los Estados Unidos es la clave para entender el éxito comercial de este fenómeno entre los más jóvenes». Perreo y deshumanización. De hecho, se ha visto que en los momentos en los que el reguetón ha sufrido descensos comerciales, la respuesta han sido canciones en las que las letras eran aún más explícitas y violentas. Además, esta música también ha creado estereotipos respecto a América Latina, transmitiendo la idea que su cultura es la misma que vemos en las canciones en cuestión: «El reguetón no representa a las personas de América Latina, ni de ningún territorio en concreto», quiere dejar claro la conferenciante.

Al final de la charla en el Centro Cívico Albareda, una chica de Brasil levantó la mano para explicar que en 2016, antes de venir a vivir a Barcelona, no escuchaba este tipo de música. En cambio, vino a Cataluña y la gente relacionó el reguetón con los ritmos que ella supuestamente debía sentir como propios. «Que esto me represente hasta me duele, esta no es mi cultura», declaraba. Y esta es precisamente una de las muchas batallas ganadas por el reguetón: venderse como si fuera una cultura panalatinoamericana y transportar al mundo esta idea simplista, pobre en matices e incluso racista.

La idea de sociedad que transmite el reguetón: comparaciones dolorosas

Si alguien quisiera difundir canciones que hicieran apología del fascismo, ¿dejaríamos que siguieran sonando? ¿Aprobaríamos que estos temas se movieran a través de los canales por los que se mueve el reguetón comercial, con unos números de visualizaciones que se cuentan en centenares de millones? ¿Estaría permitido que estas piezas sonaran en campos de fútbol llenos de jóvenes? Un editor, ¿publicaría centenares de miles de libros con un contenido que apelara explícitamente a la violencia? Si el libro más leído del mundo, y el más comprado online, incitara al maltrato de género, ¿no se criticaría y censuraría?

La solución al problema del reguetón, cree Sarah Ardite, es educar y concienciar, «y si se tiene que prohibir porque ya no estamos a tiempo, que sea por los motivos reales y a todos los niveles». Pese a todo, celebra una de las pocas decisiones que se han tomado a nivel mundial para no difundir el reguetón nocivo: este 2017, el Instituto Vasco de la Mujer ha prohibido que sonaran Shakira o Maluma durante las fiestas populares. Adicionalmente han creado una playlist con canciones no sexistas hechas por mujeres, de diferentes ritmos y estilos, en la que se excluyen canciones de reguetón irrespetuosas (que, como hemos visto, son la mayoría) y se promueven las que transmiten mensajes positivos.

En Cataluña, esto se ha llevado a cabo en algunos municipios, como Capellades, que en consonancia con su campaña contra el sexismo, hace dos años que aconseja a los músicos que no pinchen reguetón discriminatorios durante la Fiesta Mayor, hecho recibido con cierta polémica. En Colombia la fotógrafa Lineyl Ibáñez ha creado la campaña Usa la razón, que la música no degrade tu condición. Según Ardite, «Es la primera vez que se utiliza el negocio de la música como arma de destrucción masiva de conciencias jóvenes, a costa de herir la dignidad de las personas en general, y de denigrar a las mujeres en particular. Se debe corregir, no todo vale». Aún queda, pues, mucho trabajo por hacer.

La charla Reguetón como estrategia de distracción que Sarah Ardite llevo a cabo en el Centro Cultural Albareda está disponible en formato audio. La experta también ha confeccionado en Spotify una lista que mezcla reguetón consciente, independiente y feminista, junto con reguetón tóxico, con tal de corroborar la diferencia.

Núvol publicó originariamente este artículo en catalán (29/11/2017). La traducción al español es de Eire Díaz Lino.

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